Érase
una vez una pequeña granja alejada de cualquier pueblo o ciudad,
donde se criaban gallinas, entre las que había una muy gorda que
siempre le quitaba la comida a las demás. El dueño de la granja
decidió separar a esa gallina tan grande y de las demás, para poder
utilizarla en la cena de Navidad.
Para
los zorros de la zona el objetivo principal era robar esa gallina
fofa, que el granjero guardaba celosamente. Entre esos zorros había
uno llamado Sebas, que tenía manchas en las patas, de forma que
parecía llevar zapatos. Él estaba convencido de que sería el
primero en conseguir robar la gallina, pues se creía muy astuto.
Realmente era un zorro normalillo, que no era ni el más astuto, ni
el más rápido, ni el más fuerte. Los demás zorros le habían
ignorado siempre, pero al verlo tan altanero, decidieron bajarle de
su nube. Todos se pusieron de acuerdo en que más valía darle una
buena lección. El zorro les había contado el día que pensaba hacer
la incursión para robar la gallina, pero ese día Sebas no lo hizo.
Sebas pensó que posiblemente los otros zorros intentarían hacerle
caer en una trampa (siempre habían sido unos bromistas), así que se
fue allí dos días después. Los otros zorros habían estado
esperando todos los días desde que se ponía hasta que salía el sol
para tenderle la trampa a Sebas (eran muy cabezotas). Cuando le
vieron llegar, todos estaban escondidos, y le siguieron hasta donde
el granjero guardaba a la gallina. Sebas se coló, pues ya había
preparado todo eso antes, y se acercó sigilosamente a la gallina...
Cuando un sonido ensordecedor hizo que le zumbaran las orejas. Los
otros zorros habían guardado unas sartenes cerca de allí para
tocarlas cuando Sebas estuviera a punto de coger a la gallina, y así
avisar al granjero sin que les cogieran a ellos. El granjero,
efectivamente, se dio cuenta de que algo estaba pasando, así que
cogió su escopeta y fue al corral de su querida gallina. Cuando vio
a Sebas, éste estaba totalmente quieto, paralizado por la traición
de sus compañeros, porque aunque fueran unos bromistas, aquello era
demasiado. El granjero, sin pensárselo dos veces, le disparó.
Moraleja:
más vale no ser altanero; acabarás siendo un colador lleno de
agujeros.
Y
COLORÍN COLORADO, ESTA SÁDICA FÁBULA HA TERMINADO.
Escrito por Bahía.
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